Vivir en el Viejo San Juan es un ejercicio de paciencia y de amor. Paciencia ante la calle hirviente de vehículos que cada fin de semana se cocina frente a los primeros muelles. Los adoquines se llenan de coches con bebés –casi siempre recién nacidos-, de gente en sillas de ruedas subiendo y bajando cuestas al ritmo de la vibración de la calle cuadriculada, gente vendiendo pizzas prodigiosas, algodones rosados, rosas envueltas en papel transparente de plástico, frituras, piñas coladas batidas al momento y música de tríos, merengazos o salsas gordas cantadas como si fueran flacas.
Vivo abajo, por donde llegan los cruceros y se tiene como vecina a la Guardia Costanera. A las ocho de la mañana se escuchan a lo lejos las trompetas del himno de los Estados Unidos. Ese sonido se escucha por la izquierda. Desde la derecha, un par de horas más tarde, proveniente del Paseo de la Princesa, se escucha alguna voz de trovador que suena en bocinas desde un cedé. Así son los fines de semanas, una dupla de linduras y extrañamientos.
El amor llega por la belleza, por esa cosa inexplicable que te hace querer lo hermoso aunque te reviente la salud.
Subir por la mañana a desayunar las mallorcas más frescas del mundo en la Bombonera es un lujo que cuesta –con el mejor café incluido- menos de tres pesos (porque aunque sean dólares, aquí los dineros son chavos o pesos y las monedas son pesetas, vellones, dimes o perritas). El dueño del lugar es un mesero más y tiene en su panza el secreto de la redondez de la tierra. Te pide la orden y sientes que no te escuchó. Nomás se voltea y comienza a cantar, a tararear alguna canción romanticona y maldices la hora en que te tocó el Sancho Panza Caribeño. Al segundo tendrás tu orden completa. No te faltará nada y te dará culpa por haber pensado que era mala suerte que te tocara el viejito cantor.
Muchos niños llegan con sus padres a volar chiringas, los amaneceres son casi obscenos de tan hermosos hasta que llegan los carros, demasiado grandes y grotescos para estas calles. Lo ocupan todo. Se acomodan en acercas minúsculas y las gomas ofenden los zapatos. Disfrutan el paisaje desde el aire acondicionado que los acondiciona en sus vehículos. Si algo bueno tiene, es que se salvan de la peste a orines que la noche deja en las estrechísimas aceras de la ciudad amurallada. También están las señoras guapas que salen temprano de las iglesias y los deambulantes que esperan la adopción del día. Las joyerías comienzan a desplegar su oro en las vitrinas y el hormiguero de turistas de piel de camarón empiezan a subir pidiendo direcciones para comprar un sombrero Panamá importado desde Ecuador y tomarse una foto frente al Morro. También comprarán camisetas con símbolos piratas y coquíes pintados de verde y hechos en China. La verdad a veces me dan ganas de agarrar una manguera a presión y expulsarlos a todos. Pero no lo hago y les doy las direcciones en inglés, y siento vergüenza, por no hacerlos pasar trabajo y hablar español sin erres.
Llevo dos años y medio aquí y a decir verdad me gusta. Antes he vivido en los barrios de Santurce y Río Piedras, en Madrid y en Aibonito (mi pueblo) pero ya el tapón dominical me ha colmado la paciencia. El otro día estuve casi dos horas para llegar a mi casa. No se puede.
No sé si haya sido el tapón o el hecho de que al otro día amanecía enferma, con la nariz tapadísima y el pecho apretado, un asma desgraciada. La miseria de la fiebre que explota los labios como si la calentura siempre hubiese que sacarla por la boca y la imposibilidad de dormir o respirar hondo acabó de sacudirme la conciencia.
En una isla se vive ya de por sí en un gran tapón que no lleva a ninguna parte porque no hay carretera suficientemente larga, no se puede además aislar detrás de un tapón. Entonces, si es así, al menos disfrazaré este ataponamiento con calles libres donde ningún aire acondicione ni anestesie nada. Lo decidí, me mudaré.
P.D.
Hoy es día 29 de año bisiesto... hace cuatro años terminaba una tesis en Madrid. Me gusta esto de los ciclos de cuatro años. Agarra una mejor perspectiva. O a lo mejor es el asma que te hace entender el ritmo del respirar y todo te parece muy breve.