miércoles, 29 de febrero de 2012

El tapón

    Vivir en el Viejo San Juan es un ejercicio de paciencia y de amor. Paciencia ante la calle hirviente de vehículos que cada fin de semana se cocina frente a los primeros muelles. Los adoquines se llenan de coches con bebés –casi siempre recién nacidos-, de gente en sillas de ruedas subiendo y bajando cuestas al ritmo de la vibración de la calle cuadriculada, gente vendiendo pizzas prodigiosas, algodones rosados, rosas envueltas en papel transparente de plástico, frituras, piñas coladas batidas al momento y música de tríos, merengazos o salsas gordas cantadas como si fueran flacas.
    Vivo abajo, por donde llegan los cruceros y se tiene como vecina a la Guardia Costanera. A las ocho de la mañana se escuchan a lo lejos las trompetas del himno de los Estados Unidos. Ese sonido se escucha por la izquierda. Desde la derecha, un par de horas más tarde, proveniente del Paseo de la Princesa, se escucha alguna voz de trovador que suena en bocinas desde un cedé. Así son los fines de semanas, una dupla de linduras y extrañamientos.
    El amor llega por la belleza, por esa cosa inexplicable que te hace querer lo hermoso aunque te reviente la salud.
    Subir por la mañana a desayunar las mallorcas más frescas del mundo en la Bombonera es un lujo que cuesta –con el mejor café incluido- menos de tres pesos (porque aunque sean dólares, aquí los dineros son chavos o pesos y las monedas son pesetas, vellones, dimes o perritas). El dueño del lugar es un mesero más y tiene en su panza el secreto de la redondez de la tierra. Te pide la orden y sientes que no te escuchó. Nomás se voltea y comienza a cantar, a tararear alguna canción romanticona y maldices la hora en que te tocó el Sancho Panza Caribeño. Al segundo tendrás tu orden completa. No te faltará nada y te dará culpa por haber pensado que era mala suerte que te tocara el viejito cantor.
    Muchos niños llegan con sus padres a volar chiringas, los amaneceres son casi obscenos de tan hermosos hasta que llegan los carros, demasiado grandes y grotescos para estas calles. Lo ocupan todo. Se acomodan en acercas minúsculas y las gomas ofenden los zapatos. Disfrutan el paisaje desde el aire acondicionado que los acondiciona en sus vehículos. Si algo bueno tiene, es que se salvan de la peste a orines que la noche deja en las estrechísimas aceras de la ciudad amurallada. También están las señoras guapas que salen temprano de las iglesias y los deambulantes que esperan la adopción del día. Las joyerías comienzan a desplegar su oro en las vitrinas y el hormiguero de turistas de piel de camarón empiezan a subir pidiendo direcciones para comprar un sombrero Panamá importado desde Ecuador y tomarse una foto frente al Morro. También comprarán camisetas con símbolos piratas y coquíes pintados de verde y hechos en China. La verdad a veces me dan ganas de agarrar una manguera a presión y expulsarlos a todos. Pero no lo hago y les doy las direcciones en inglés, y siento vergüenza, por no hacerlos pasar trabajo y hablar español sin erres.
    Llevo dos años y medio aquí y a decir verdad me gusta. Antes he vivido en los barrios de Santurce y Río Piedras, en Madrid y en Aibonito (mi pueblo) pero ya el tapón dominical me ha colmado la paciencia. El otro día estuve casi dos horas para llegar a mi casa. No se puede.
    No sé si haya sido el tapón o el hecho de que al otro día amanecía enferma, con la nariz tapadísima y el pecho apretado, un asma desgraciada. La miseria de la fiebre que explota los labios como si la calentura siempre hubiese que sacarla por la boca y la imposibilidad de dormir o respirar hondo acabó de sacudirme la conciencia.
    En una isla se vive ya de por sí en un gran tapón que no lleva a ninguna parte porque no hay carretera suficientemente larga, no se puede además aislar detrás de un tapón. Entonces, si es así, al menos disfrazaré este ataponamiento con calles libres donde ningún aire acondicione ni anestesie nada. Lo decidí, me mudaré.

P.D.
Hoy es día 29 de año bisiesto... hace cuatro años terminaba una tesis en Madrid. Me gusta esto de los ciclos de cuatro años. Agarra una mejor perspectiva. O a lo mejor es el asma que te hace entender el ritmo del respirar y todo te parece muy breve.

viernes, 17 de febrero de 2012

Ir por la vereda tropical...

      Ayer me dijeron que soy una colonizada del corazón. Cómo jode que la metrópolis se te meta por la ventrícula. El punto es que a veces no entiendo cómo es que sin uno darse cuenta termina en relaciones que son como el Estado Libre Asociado. El eslógan es perfecto: lo mejor de los dos mundos. Solo que habitar dos mundos a la vez, es no habitar ninguno del todo.
     Entonces, ¿cómo se descoloniza una en materia de amor? Quizás haya revuelta o un largo y peligroso silencio.

                                                                           ***

      Pero abajo el drama. Lo dijo ya Luis Rafael Sánchez, la vida es una cosa fenomenal, lo mismo pal de alante que pal de atrás.
      Esta mañana anduve en la Escuela de Artes Plásticas de San Juan. La vista era sobrecogedora. En esta Isla hay poco que hacer. Es vanidosa con causa. Y cuando sobra vanidad, falta razón. ¿Quién va a pensar en sus fealdades interiores con un sol así, con un azul así, con un verde así?  Por suerte, no alcancé a ver los delfines, que habría sido el colmo de la belleza. Qué peligrosa la belleza cuando esconde su propia sombra.
     Aquí esta semana hay algo de oscuridad. Han arrestado por corrupción a un alcalde que se llama Sol.
    Extraño cuando ir por la vereda tropical, era solo una canción.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La trifulca

Hay algo con los clichés que irremediablemente me gusta. Las flores, los chocolates, las orgías de felpa y ojos de plástico generan una sensación infantil que cada 14 de febrero se acentúa. Mis amigos, por lo general, no lo entienden. ¿Cómo una mujer educada, que se codea con la cultureta y que se las da de mujer liberada y feminista encontraría algún placer en esas ñoñas comercializantes? Lo mismo me pregunto, pero así es. El otro día me dijeron que nadie es hipócrita con sus placeres.
Creo en el detalle, en el bolero, en la loseta única y suficiente para bailar, creo en la poesía cuando un verso consuela -porque por alguna razón la poesía siempre me consuela-, creo en perder un tantito la cabeza y creo que no hay mejor regalo que las flores. Hoy he armado una trifulca porque no hubo detalle, y me siento entre avergonzada y dignificada. ¿Está mal esperar lo que se quiere? ¿Está mal esperarlo a sabiendas de que no va a llegar? ¿Es más sabrosa la cotidianidad que el romance? No sé, pero hoy me pondré perfume y saldré a buscar respuestas.  

lunes, 13 de febrero de 2012

El bautizo

En el Viejo San Juan la mayoría de las casas y apartamentos tienen losetas negras y blancas, de modo que uno termina sintiéndose como, si en lugar de caminar, jugara algún confuso ajedrez cada mañana en el estrecho trayecto entre la cama y el baño. Va uno del lado oscuro a la luz total en una pisada. Un poco así es esta isla, una frontera constante entre el lado de allá y el de acá, entre comer tostones o papas fritas, como si ambas fritangas no fuesen una afrenta a las arterias. No vivimos ni aquí ni allá, ni viceversa.
Cuando viajo suelen cuestionarme todo el tiempo sobre ese injerto extraño que políticamente es Puerto Rico. Todavía a estas alturas hay quién me pregunta si aquí hablamos inglés todo el tiempo, si somos gringos o no. Y empieza uno a tratar de explicar el asunto y acaba una con la boca roja pero no a fuerza de barras de color, sino de hinchazón y cansancio porque a veces esta isla es lo inexplicable.
Entonces me he animado a escribir un blog, desde aquí, desde el Viejo San Juan y mis losetas claroscuras con el ánimo de compartir las cotidianidades que ocurren en esta Isla para irla entendiendo mientras escribo. Que para eso uno escribe, para entender. Me he bautizado Boca Roja, no por barata coquetería, sino como ejercicio de precisión porque quiero hablar aquí como hablan las bocas rojas, que siempre seducen y siempre dejan marca. También porque cuando se escribe desde una Isla todo tiene sensación de monólogo y un blog es algo así como un micrófono.
Entonces, a ver como sale esto.
Hoy es lunes y tengo fiebre. Los labios no se ven nada rojos.